3.07.2010

Mitzuko "Somos un Aleteo de Colibrí"


Hoy me levanté… abrumada por todo lo que dejó Terry, así es como decidí llamar al movimiento de 8.8 para evitar repetir esa palabra que a estas alturas ahonda la herida. Pero pude hacerlo en mi cama, en mi gigante egoísta de 25 pisos que aún permanece de pie, con la incertidumbre circulando por escaleras, subterráneos, pasillos y departamentos…esa que susurra al oído su indecisión de si comienzas de nuevo o continúas para ser una agradecida y mejor mujer. Esa que refrenda intermitentes hologramas con la pesadumbre de aquella madrugada, de aquellos que viste pasar a la rápida cada mañana y nunca saludaste, de los niños bañados de inocencia con los que cruzaste una sonrisa maternal, de mujeres que como una también tenían su personaje diario y que a esa hora, en esos momentos de balanceo estrepitoso, nos la quitamos siendo más auténticas que nunca en la vida, heroicas algunas y vulnerables otras.

No tuve miedo cuando comenzaron los vaivenes más extensos, quizás porque desde antes ya estaba entregada a la idea de que ocurriría algo así, quizás porque tenía la tranquilidad de no dejar a otro ser dependiente y desprotegido de mi.
En fin, todo comenzó mientras trataba de dormir - ja! mirando televisión aburrida - y al sentir un leve balanceo, apliqué razonamiento etílico - casi sublime – porque era necesario que la tierra ajustara sus placas tectónicas, que el avance de subducción debía liberar la energía como hace millones de años lo hace…y en el intertanto, escuche un sonido de vidrio precipitado al piso y decidí interrumpir mi conexión kármica a la tierra. 


No supe cuánto me demoré, no puedo dimensionar certeramente la magnitud del movimiento en la solitaria torre de General Bulnes. Pero recuerdo claramente que mientras bajaba cada peldaño, los respeté piso a piso. Agradecí tener noción de los planes de emergencia que muchas veces repasamos en mi trabajo, agradecí también que los conocimientos geológicos de mis compañeros, me mantuvieran permanentemente relacionada a la posibilidad cercana de que ocurriera un movimiento sísmico de gran magnitud.  Le agradecí a mi padre, su falta compasión con mi desmayo infantil en el terremoto del año 1985, obligándome a tener valor a través de la ironía, no sólo durante el evento también los días siguientes cuando junto a madre limpiaron los daños sin pesadumbre ni autocompasión. Agradecí cada cosa pequeña que hizo de mí en esos momentos, una mujer despojada de sus temores, segura de sus capacidades, solidaria y enérgica con quien no lo estaba viviendo de ese modo. 

Al llegar al hall en el primer piso, sólo quería encontrar un buen lugar para quedarme a esperar réplicas y conseguir comunicarme con mis amados.
Me fui a la calle fuera del área de derrumbe del edificio, mirando a la gente aglutinándose, desamparada, llorando, gritando, trayendo sus mantas a cuestas, con niños casi dormidos viviendo una pesadilla o una aventura.

Me quedé allí observando alrededor el comportamiento de cada persona que podía ver, en grupos o a pares, solos, solas, todos con la sensación de angustia no únicamente de perder sus pertenecías…sino de no lograr comunicarse con sus familias, amigos y seres queridos. 

Intenté llamar desde el primer momento, porque antes que nada tras interrumpir mi pensamiento abstracto acerca de la liberación energética de la tierra casi poéticamente, llamé a mi amado, para comunicarle lo que acontecía, no hubo respuesta…horas más tarde me enteré que mientras sonaba el teléfono ya estaba camino a las escaleras.
 
Pero bueno…lo cierto es que no conseguí comunicarme con nadie durante una hora…finalmente mi teléfono más deteriorado…el que pasó a mejor vida por otro más “estéticamente moderno” me logró comunicar con mi hermano, el hombre protector que un día en su infancia mas mimada me rogaba llevarlo en brazos por la playa por que la arena le quemaba los pies…si, aquél…venia en mi búsqueda.

Durante ese tiempo, decidí subir nuevamente…para abrigarme un poco, para buscar mi cartera y algo de maquillaje - sí, y qué, digna, digna hasta que muera - mientras subía por las escaleras, alerta y temerosa recurrí a lo trascendental y pedí a Dios, que hiciera su voluntad…que no me dejara atrapada allí, pues su voluntad es lo que uno quiere...
 
Llegué al 2004 – piso 20, por las dudas - y tomé exactamente tres cosas, La chaqueta de cuero colgada en el compartimento superior derecho del closet de mi dormitorio; Las zapatillas que estaban desordenadamente en el baño “en suite”; La cartera negra con flequillos que contenía todo lo necesario para un día normal de mujer de ciudad, tirado sobre el sofá.
Antes de bajar recorrí todo el departamento, dimensionando el desastre con las tripas compungidas, poniéndome cada zapatilla...pero me interrumpí y respire profundo al evaluarlo fríamente, no estaba tan mal.
Cerré la puerta con llave y ofrecí a Dios el destino de lo que allí dejaba, esta vez sin condiciones.
Consideré que dos minutos había sido suficiente y bajé muy rápidamente.

Todo este capítulo, termina cuando mi hermano logra encontrarme, con su menuda familia, con mi pequeño pero el mayor de los sobrinos, exaltado, casi viviendo una aventura, y quien me grita lo que termino con todo aquello ¡Tía vinimos a rescatarte!
Y yo sentí que así había sido...

No diré nada más, porque todo desde allí en adelante comienza a desenfundar emociones contrapuestas, porque me tocó en parte una aventura que puedo contarla con esta tranquilidad, porque mas allá de lo que relato con errores…me queda la sensación extraña de la fortuna que tengo frente a todo lo que no fue para otros.

Mi replica vino cuando me enteré de todo el daño que provoca que la tierra se mantenga viva y en movimiento, y lo tan frágiles, tan insulsos que somos los humanos, que creemos dominarlo todo, y ponemos sobre un altar nuestro intelecto y capacidad, incluso a nosotros mismos… Pero ante todo solo pasamos por aquí como un aleteo de colibrí, que no alcanza la sabiduría para vivir con humildad, conciencia y respeto.

Y eso es lo que guardo…respeto, intenso, profundo, contenido, emocionado hasta las tripas y el corazón trastocado…a todos quienes quedaron mirando olas venir, muros caer y sueños partir.

Hoy me levante, con todo esto aprisionado…pero lo libero, porque quiero disfrutar lo que me ha sido nuevamente otorgado.

Mitzuko